Por Manuel Fernández
Para el año-modelo 2018, solo los Infiniti Q50 en sus vertientes híbrida y 400 Sport serán los afectados por un sutil remozamiento en su decoración externa e interna: ambas defensas evolucionan a trazos menos conservadores, los escapes son perforados y el conjunto óptico trasero migra a mayor presencia de tecnología LED, con la agradecida adición de unos intermitentes ámbar y no rojos.
De paso, los retrovisores externos pasan a ser de otro tono y los rines cambian en su propuesta. Adentro, hay herencias del coupé Q60 que sirven para unificar la gama, porque al final hablamos de modelos hermanos. El volante toma otras formas, hay costuras contrastantes en el tablero, distintas texturas metálicas en las molduras, los instrumentos abandonan esa iluminación púrpura tan característica y el pomo de la palanca exhibe el logo de Infiniti. En el Sport, además, hay un patrón de rombos en los soportes de los asientos. Los Q50 más accesibles, aquellos en los que todavía sobrevive el agradable V6 aspirado de 3.7 litros, se mantienen iguales.
A modo de repaso, hicimos un recorrido de unos 200 kilómetros en múltiples carreteras secundarias en los alrededores de Nashville, Tennessee, caminos por demás muy consecuentes con el carácter de este Infiniti, porque así la unidad asignada fuera la de 400 caballos con todo y acentos en fibra de carbono, la verdad es que este nipón es más un agradable viajero que no niega su condición pese a la pretendida deportividad indicada en teoría. Justo ese suave andar, en conjunto con los anatómicos asientos de los que solo extrañamos un apoyo lumbar de cuatro posiciones, contribuye a que las horas pasen sin cansancio, porque en temas de sonoridad y vibraciones el Q50 resulta siendo incluso más refinado que rivales como un Mercedes-Benz Clase C, cuyo pulimento ha decaído en su más reciente generación.
Su punto a mejorar sigue siendo esa interfaz de doble pantalla táctil cuyos menús y gráficos no llegan al avance en cuestiones de HMI (Human Machine Interface) de alemanes como BMW o Audi. Solo por comentar un detalle, basta echarle un ojo a cómo luce el navegador para saber que en ese sentido están un paso atrás.
Y donde no están atrás es en su motor: este seis cilindros de doble turbo hace honor a la experiencia de Nissan con este tipo de plantas motrices y da gusto por su homogeneidad, energía pareja hasta altos regímenes y por ese típico sonido tan agudo y tan emocional que nunca ha abandonado a los Infiniti ni a los Nissan desde que este servidor tiene memoria. A tan competente propulsor lo complementa una caja más suave que rápida y una puesta a punto que no invita a la máxima exigencia: la dirección electrónica fluye mejor y se percibe más natural en las modalidades convencionales, pues en “Sport” o “Sport +” su endurecimiento sencillamente delata la artificialidad, el hecho de que en condiciones normales la electrónica sea la que interprete los movimientos y no haya una conexión física de una columna con las ruedas. Al que valore la conducción pura y sea sensible con eso de las sensaciones, le conviene mejor mirar en otro lado.
Al final, la virtud del Q50 sigue siendo un costo favorable si se piensa en las mecánicas disponibles, en el equipamiento de serie que en los europeos cobran como opcional inflando aún más su precio, en una apariencia fresca y diferenciada y en un planteamiento cómodo mas no ágil de su chasís.
En México, esperen este rediseño para finales de noviembre.