Por Manuel Fernández (@Mfer_89)
Probablemente uno de los grandes argumentos de venta del Rio sea el hecho de ser, en el papel, la alternativa más potente de su segmento. Nuestros resultados una vez le hagamos la prueba completa corroborarán si dichos números se traducen en un desempeño mejor en relación a la competencia, pues en nuestros primeros kilómetros sentimos un 1.6 con un carácter comedido, sin mucha energía en la parte media del tacómetro y la permanente necesidad de reducir una o dos marchas para conseguir una aceleración holgada. De entrada no es un motor tan elástico, pero vale la pena aclarar que nuestra unidad no tenía más de 100 kilómetros recorridos en total.
Una de las cartas más fuertes es el refinamiento. Aún en un cambio alto y queriendo forzar un poco el propulsor, no hay vibraciones extrañas, mientras que en altos regímenes el ruido del cuatro en línea tampoco llega a incomodar. El funcionamiento de la caja manual se enfoca hacia la total suavidad, con un embrague que implica un mínimo esfuerzo, mismo comentario que aplica para la palanca de cambios, cuyos recorridos no son los más cortos pero retroalimentan lo suficiente, engranando con mucha precisión.
Otra virtud es un espacio interior muy competente en los asientos traseros al tomar como referencia contrincantes de reciente desarrollo como el Mazda2. Los espejos retrovisores de gran tamaño dan mucha confianza, aunque los ¾ traseros de repente nos hacen comprobar más de una vez en algunas incorporaciones o salidas de estacionamientos, en los que cobra mucha utilidad la cámara de reversa del acabado EX.
La suspensión mostró una puesta a punta más propia para ciudad o para ritmos en carretera conservadores. Es blanda y absorbente, lo idóneo para lidiar con muchos baches en el área urbana, siendo la consecuencia unos movimientos de carrocería marcados y menos agilidad de querer practicar una conducción más entusiasta. Tampoco tiene un andar tan homogéneo.
El nivel de acabados está acorde a su costo, con algún detalle interesante como los interruptores que se empujan hacia abajo (no se presionan) o la enorme guantera.
Lo que se aplaude, al final, es la dotación de equipamiento de seguridad de serie en ambas versiones, un impulso necesario en un nicho del mercado en el que no se valoraba algo tan relevante, más tratándose de automóviles que tendrán en muchísimos casos un uso netamente familiar.